Viaje galáctico alrededor de un jardín | Por Mariana Robles
Las galaxias parecen alejarse unas de otras a velocidades considerables. Las más lejanas huyen con la aceleración de doscientos treinta mil kilómetros por segundo, próxima a la de la luz. El universo se hincha. Asistimos al resultado de una gigantesca explosión. Severo Sarduy (Big Bang)
Las fronteras de un mundo poético: los cielos y las flores.
Un viajero contemporáneo es quizás un decodificador de representaciones establecidas, que puede ordenar en una unidad de lo real, componentes de mundos diversos. En este sentido, la herencia romántica en el surrealismo podría ser la transfiguración del viaje en collage, una técnica o dispositivo de transposición de órdenes disímiles para generar una imagen en movimiento.
En las pinturas arquetípicas del romanticismo por ejemplo, la inmensidad de los cielos, la omnipotencia de las montañas, en contraposición a la intemperie de los hombres y el poder fastuoso del mar, se configuran en torno a una tensión entre lo natural y lo artificial. En las obras de Julia Romano la inmensidad se mantiene, pero siendo desde su origen paisaje, en ellas el poder de lo impredecible se somete al artilugio de las flores silvestres o de los pájaros pequeños que logran configurar la imagen a una escala humana. Es como si miráramos el cielo a través de la óptica diminuta de una flor roja y transparente, encontrada al costado de una ruta o como si al contemplar un pájaro sobre la rama de un ciruelo, con un ojo cerrado, su proyección sobre el horizonte impregnara todo el aire. La potencia del ornamento subyace en la afirmación de una visión que se manifiesta irreductible a una norma fuera de sí misma. Así, Romano impone al cielo orbes florales que su imaginación prescribe y diseña como una exploradora de lo frágil y de lo mudable.
La fotografía en su obra es sólo un fragmento, porque la representación producto de una operación mecánica es, justamente, la dimensión que estos paisajes ponen en cuestión. Aparecen entonces, modelos tentativos propiciados por su forma de ver, por el uso particular que la artista hace de la mirada y no así de un supuesto realista acerca de la naturaleza. El cielo, lejos de ser en sí mismo un afuera inmóvil y estático, se presenta como una sugerente pantalla vital para la interacción con el sujeto de la contemplación, que en una réplica lúdica proyecta sus fantasías.
Sus paisajes son jardines particulares iniciados en la frontera de una flor y una medida poética del mundo. Cada nueva intervención con su mirada se convierte en el rastro de un diario de viaje, que se dibuja mentalmente en sintonía con las observaciones de un afuera muy cercano, tan cercano que no se distingue de las siluetas derramadas. Las montañas, el cielo o un río son el cuerpo, soporte, para acciones subjetivas, que a su vez modifican la estereotipia o patrón cultural de la idea de paisaje. El jardín es la frontera de un mundo que se configura en la explosión de lo bello en una flor y que a su vez puede, osadamente, convertirse en el patrón sin fin de una ciencia rococó, que adora las voluptuosas curvas de los pétalos y en ellas el éxodo de este viaje.
Inversión del horizonte.
Imagino que las piezas de Romano podrían coincidir en un futuro hipotético con algunos libros o tomos antiguos de una biblioteca perdida de constelaciones florales, y que la discontinuidad de la representación no es otra cosa que el descubrimiento de un mundo posible en la conjunción azarosa de sus partes actuales. Como si fueran placenteras ondulaciones, que en suspenso esperan un relato, para imponer al espacio real su silueta ensoñada.
Grafías de una percepción despreocupada y volátil, que hacía un romántico viaje por el interior de las flores, acaban de partir. Entonces, me parece también que ha logrado construir una operación sinuosa entre plantaciones de acordes mínimos, que se oyen en el ritmo de esas vastas montañas, sembradíos o llanuras. Ella misma es un viajero, explorando las combinatorias imbricadas de plantaciones y nubes fortuitas, anotando las impresiones de un estado poético frente a la naturaleza en movimiento. Quizás, también realizando un inventario en el extenso horizonte de lo diminuto, para así desplegarlos en una dimensión a la medida de sus impresiones. En esta prolífica inversión de los órdenes terrestres logra ponderar un gesto que en la dislocación de sus límites se dispone como un precioso jardín.
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A galactic journey around a garden | Mariana Robles – 2009 – Córdoba, Argentina
The frontiers of a poetic world: the skies and the flowers:
A contemporary traveler is perhaps an interpreter of established representations, components of diverse worlds, which can be organized in a unit of reality. In this sense, the romantic heritage of surrealism could be the transfiguration of a journey into collage, a technique or a transposition devise for generating an image in motion.
For example, on the characteristic paintings of Romanticism, the immensity of the skies, the supremacy of the mountains compared with the defenselessness of men and the admirable power of the sea, are aligned around a tension between what is natural and what is artificial. On Julia Romano’s landscapes immensity prevails, the power of the unpredictable submits to the wild flowers or the small birds that manage to draw an image in human scale. It is as if we were looking at the sky through a tiny, red and transparent flower found at the side of the road, or as if observing a bird on a plum tree with just one eye open, its projection on the horizon fills up all the air. In this way, Romano assigns the sky floral orbs which her imagination prescribes and designs like an explorer of the fragile and the mutable.
Photography on her works is just a fragment, because the representation -product of a mechanical operation- is precisely what her landscapes question. Then possible models appear due to the way in which the artist observes nature and not a realistic supposition about it.
Her landscapes are particular gardens born on the frontier of a flower and a poetic measuring of the world. Each new intervention with her observation of the outside is transformed into the wake of an imaginary travel diary. The mountains, the sky or the river are body and support for subjective actions that modify the cultural pattern of the idea of landscape. The garden is the limit of a world that can turn into an endless prototype of a Rococo science that adores the voluptuous curves of petals and with them the exodus of this journey.
The invention of the horizon:
I imagine that Romano’s pieces could match on an hypothetical future with some books or antique volumes from a lost library of floral constellations, and that the discontinuity of the representation is but the discovery of a possible world made by the union of its actual parts.
Her works are graphics of a calm and volatile perception that has just left on a romantic journey to the interior of the flowers. Then I can feel that she herself is the traveler exploring intricate combinations of plantations and accidental clouds, taking notes of the impressions of a poetic state in front of the nature in movement. Maybe also making an inventory of the extensive horizon so that it can be expressed in a dimension according to her impressions. In this prolific inversion of the terrestrial order she accomplishes a gesture that on the dislocation of its limits is displayed as a beautiful garden.
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Mariana Robles reside en Córdoba desde el año 1998. Estudió Bellas Artes y Filosofía. Publico los libros de poesía “Línea de Atlas” (Editorial Alción, 2010) y “El árbol de los reflejos” (Ediciones de la Biblioteca Córdoba, 2013). Como artista visual ha realizado diferentes exposiciones. En la actualidad trabaja en el área de investigación del Museo Caraffa y escribe textos sobre arte en diferentes publicaciones. Contacto: marianroble@yahoo.com.ar | http://textosmarianarobles.blogspot.com.ar/